domingo, 17 de agosto de 2008

SE BUSCA (saber si estuvimos ahí)

“yo arrimé –siempre disparo a mansalva,
Pero esa piel fue particular”

-Las Pastillas Del Abuelo-


El ya vio infinitas veces películas de amor: escondido del mundo que lo trata de puto, maricón, o blandito; con ese nudo en la garganta que no sé qué ignorante llamó nudo: es más bien un cuello de botella o un embudo donde se atora la sangre espesa de los corazones fríos de aquellos que no saben llorar… que nunca en su vida sangraron por la jeta un balbuceo desesperado con contra explosiones de aire de un aliento rezagado que no encontró palabras en las cuales gritar –así como hipo… así como lo haría un niño… pero no.
Cuatro gotas de agua salada, y ya cree tener sucio el rostro. A partir de la quinta, con las palmas de sus manos, las sepulta y las hace barro en sus mugrientas pestañas –lagañosas las pestañas- porque el muy croto nunca se digna a lavarse la cara al despertar… pero sí cuando cinco gotas saladas le mojan la cara.
El ya vio infinitas veces películas románticas donde el galán es un nabo que no se da cuenta a tiempo. Un nabo sin pelotas incapaz de abandonar la invulnerabilidad de su cobardía.
Qué dilema qué dilema galán nabo: que a la mujer de tu vida la reconociste de un vistazo nomás. Cliché cinematográfico del que, aún así, no aprendiste un carajo.
El ya vio esas películas –las vio todas, y sin embargo se bajó del colectivo. Ya lo puedo ver saludándola a la distancia en el pasillo oscuro porque el sol también se despedía. Nunca llegará a tocar su mejilla en un saludo que, hasta hoy, hubiera sido el primero y el último, porque no se sacaron ni el número celular que él odia usar, y ella… no sé. Es que estaban muy ocupados teniendo la primera charla de sus vidas en sus veinte y veintidós años respectivamente. Es que no hubo cabida para preguntas guionadas por el miedo al silencio… ellos eran niños jugando en la oscuridad, por eso habían tardado tanto en encontrarse… por eso, él debió tomarla de la mano y no soltarse jamás.
Ya lo puedo ver con la palma de su mano resignada, desvaneciendo su rigidez como si estuviera apoyada en un cristal irrompible… eran cuatro nomás las personas que salieron de la fila de asientos a la altura del pasillo donde habían anclado después de cederles los asientos a un par de viejas malaleche que no supieron prestarse al juego de abrirse paso con el culo en el ascenso al colectivo para conseguirse un apoya-tujes silencia-pedos característico de los micros de larga distancia… cuatro personas nomás.
Pero él estaba muy exhausto para empujar ¿O no? ¿O ya había consumido hasta la última gota de sincera autodeterminación (de pelotas que bah) con la que cada mañana llena el recipiente en su corazón para no ser un mediocre más?
Puso un pié en la vereda, y la voz de la faceta amanerada de su conciencia que le grita: ¡acordate de “¿Conoces a Joe Black?”! Y él que por cómoda cobardía se jactaba de que el próximo lunes se encontrarían en la garita donde tiene la costumbre de disparar a mansalva. Pasaron los lunes hasta que ya no pudo saber bien hace cuantas semanas la había encontrado y la había perdido… hasta que eventualmente el cuatrimestre terminó, y con él, lo único que sabía respecto de ella… que debía tomarse aquel colectivo.
¿Dónde estará ahora, si no está a su lado disfrutando el silencio con miradas que buscan llegar más allá…más acá… que desembocan en sonrisas por la inverosímil realidad? ¿Dónde estará, si no está haciéndolo sentir culpable de hacerse el dormido cuando suben viejas al colectivo?
Se busca saber si estuvimos ahí. Se busca saber si la soledad no logró, al fin, volverme COMPLE-TAMENTE-LOCO.

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