domingo, 2 de noviembre de 2008

QUEMADURAS DE NENE DE 2º GRADO

Dicen que el misterio del tiempo es como todo se resume en tan sólo un instante. Todo lo que ha pasado, pasa y pasará confabulado, en complicidad absoluta, como una murga universal, o una orquesta, o un coro de negros haciendo música góspel. Es talvez éste el misterio del tiempo, que hablamos del tiempo siendo parte de su más grande misterio: este momento. ¡No!, no ese que acaba de pasar cuando dije “este momento”. Me refiero a este momento, este que te perdés (que nos perdemos que bah) cuando nos jactamos de él. No sé bien quién ha dicho esto, no sé bien cuánto de lo dicho es mío, y tampoco sé si hay más gente diciéndolo.

Le confié mi secreto más preciado –la nena que más me gustaba por sobre todas– al que era mi mejor amigo en aquellos tiempos en los que Morgado no se dedicaba a la televisión ácida y la campaña política, si no que, con esa misma barbita candado, educaba pueblo desde Cablín junto a personajes de dudosa procedencia y extraña programación como los osos Gummy, Marsupilami, Bunkers, interludios de Mery Poppins, Rogger Rabbit y los compañeritos de Magazine for-five que por estos días deben dedicarse a actividades del ocio adolescente del siglo XXI que involucra realidad virtual, interminables horas de navegado a través de la pornografía en internet y porros nevados...
Le confié mi secreto a aquel –el segundo mejor amigo que había conseguido en mi vida por corta que esta fuera para entonces (el primero había desaparecido de la faz de la primaria durante el período de tiempo comprendido entre el primero y segundo grado) – Aquella no era la primera nena que me gustaba en la vida, era la segunda. La primera de todas se llamó Nerina talvez (ciertos recuerdos son dulces mentiras, “ciertos” porque no quisiera meter a todos en la misma bolsa pero probablemente sean todos) íbamos a la misma salita de jardín de infantes, ella y yo, y muchos otros, pero a todos los otros me los pasaba por mis infantiles y lampiños huevos de turno (algunos de esos son hoy los que llamo “amigos de toda la vida”) Dejó de ser la única porque las vueltitas de la vidita hicieron que desapareciera de mi faz de momento a otro, un momento comprendido en ese período entre jardín de cinco y primer grado. A veces la cruzo ahora de grande y no me cuesta mucho reconocerla –está más buena que sentarse en el césped, en cuero y patas, bajo el sol de la temprana primavera a comer mandarinas de cáscara finita y semillitas en la cantidad justa por gajo (que como ya todos sabemos es: ni tantas muchas que no te dejan mascar tranquilo, ni tantas pocas que no tenés como para escupírselas al perro que mira expectante nuestro alimento) no si me explico– y cuando me la cruzo, preguntas que no puedo responder se generan espontáneamente, e invento situaciones que podrían contestarlas, realidades que podrían ser si no perdiera tanto tiempo imaginando lo que podría ser.
Todo cambia, todo permanece cuando cambia –faquin paradoja.
Le conté mi secreto más preciado a mi segundo mejor amigo a las 9:05 AM y para las 9:15 AM lo sabían mis compañeritos, la segunda nena que había captado mi dispersa atención, la señorita, Marcelo (el portero), Arévalo (el de la cantina) y hasta la directora me vio a lo lejos durante el recreo y empezó a cuchichear aguantándose la risa, y eso que la era de la comunicación no se acercaba siquiera a su apogeo morboso e indiscriminado. Sólo quería que se termine ese mal momento, pensé que nunca iba a terminar. El tiempo pasó, crecí, aprendí muchas cosas (como que de mis errores nunca aprendí a aprender) e inevitablemente tuve amistades y relaciones más intensas, y sin embargo, tarde o temprano, siempre las arruiné. Tengo el placer de saber que la primera mujer que captó mi dispersa atención nunca llegó a darme la espalda, y mi primer mejor amigo nunca llegó a traicionarme.

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