miércoles, 17 de junio de 2009

NN

Que faisiez-vous au temps chaud ?
Dit-elle à cette emprunteuse.
- Nuit et jour à tout venant
Je chantais, ne vous déplaise.
- Vous chantiez ? j'en suis fort aise.
Eh bien! dansez maintenant.

La historia empieza un frío día de invierno. Es un bello día soleado en la ciudad y en el centro todos caminan esquivando la sombra. 10:30 de la mañana y el hombre de la guitarra acaba de despertar. Tiene el pelo largo, la barba crecida, una campera vieja, unos jeans agujereados y con una tijera le cortó las puntas de los dedos a su par de guantes. Dice él que los cortó para tocar la guitarra, pero en realidad fue porque no le entraban.
Desde arriba, las personas hacen senderos como de hormigas en la vereda donde el sol se posa esquivando edificios de última generación y cornisas que construyeron los de la última generación del siglo XIX No hay espacio ahí para el hombre de la guitarra. Así que tira su boina en la vereda de la sombra, apoya el tuje y la espalda en una pared antigua que desde el crepúsculo de ayer no recibe una pizca de calor y guitarrea como lo haría el trovador del olimpo mientras la pared hambrienta le roba temperatura como un amante roba amor. Rara es la hormiga que se digna a frenar y escucharlo tocar. Rara es la hormiga que le tira unas migas de pan, pero las hay. Manguea y pedigüeñea entre canciones. Aclara que, si no hay moneditas, un caramelito de menta le haría zafar el dolor de garganta que se agarró a pesar de proteger su cuello con una enorme bufanda hippie. Pasa que vive en una pensión de crotos que ni gas natural tiene. Paga por día. Paga cuando puede porque sus ganancias son erráticas. Duerme en un colchón pelado tirado en el piso y sin sacarse una sola prenda porque no tiene frazadas y el frío siempre hace de las suyas cuando se cuela por las hendijas más rebuscadas. Se duerme flasheando boludeces ¿Será que el frío tiene frío? ¿Por eso quiere entrar? Es como quién busca escapar del olor a mierda sin saber que lo lleva pegado en la suela.
Devuelta en la vereda. Hace un receso para entrar en calor. Da saltitos cortos con las manos en los bolsillos y el cuerpo endurecido. Baila al ritmo de su tarareo tiritado y la percusión frenética de sus dientes. Se cruza a la vereda del sol, calienta sus ropas y vuelve a donde no le patean la boina si la deja tirada esperando un vuelto a cambio de una canción.
Con voz limpia y profunda, como usando un altoparlante etéreo, manguea:
Cualquier cosita que tengan a mano me va a hacer feliz. Un vueltito, por más poquito que sea, va a ser una caricia para mi corazón, un caramelito de menta porqué no, para la garganta que se irrita con el frío, y, sino, una sonrisa o una mínima muestra de cariño. ¡Cualquier cosa es bienvenida!
Es hora de volver bajo el techo porque las estrellas que están más lejos se ven pero no calientan. Dos pesos con treinta centavos en la boina, una mentita que lleva un bello (aparentemente del pubis) adherido, una nota que dice te parto al medio y otra que dice matate. Hoy es un buen día para recordar que lo esencial es invisible a los ojos. ¡Vamos a tomar un porrón! –le dicen. Nah... Es muy lunes para escaviar –le contesta a los amigos malabaristas que invitan porque les fue mejor el día de hoy. ¡Lo esencial es invisible a los ojos! –grita frente a la puerta del casero que lo desalojó dejando todas sus pocas pertenencias a la intemperie, lavándose con el rocío, porque hace un par de semanas que no logra pagar en tiempo y forma. Vacía una bolsa de consorcio para la basura frente a un mayorista y mete su colchón viejo adentro. Mucho mejor. Ahora va, como un monje, con todas sus pertenencias a cuestas. ¡Eh! ¿Usté es el de la guitarrita? –pregunta, desde la vereda de enfrente, un tipo con aspecto de gárgola, con la ropa endurecida por el cemento seco. Lleva una bolsa de pan en una mano y dos sachet’s de leche en la otra. No contesta y le sonríe. ¿Para dónde va, amigo? –pregunta el tipo de la guitarra. Pa’ las casas nomá –responde. Amigo, como asumo que recién sale del laburo y porque sé que es muy tarde y hace mucho frío para estar haciéndolo, le voy a tocar un temita que le alegre el camino mientras caminamos hacia aquel oscuro, frío e incierto horizonte con la certeza de que, aunque nos saquen las sonrisas, nos quedan los dientes y, si ya le pudrieron, muestre las muelas que le queden, que a la leche no la tiene que masticar ¿Qué le parece? –lo charla casi a los gritos de vereda a vereda. La verdá que no entendí nada, pero hay algo que sé muy bien mi’hijo y ahora se lo vua a decí: la vida es larga cuando se la pasa mal y corta cuando se la pasa bien. Así que haga sonar esa viola pa’ que salgamos más rápido de este condenau frío ¿Qué me dice ahora usté? Le retrucó el viejo. ¡Pero claro! –las charla se cayó porque la música ha hablado y el tiempo, que escuchó, bailó.

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