martes, 4 de mayo de 2010

DE LAS VOCES EN MI CABEZA Y YO

Tres de la matina y las voces en mi cabeza que no me permiten dormir. Tres de la matina y en cuatro horas tengo que estar arriba devuelta para salir a golpear la calle con la suela de mis zapatillas remachadas… a mojarme las patas, en realidad, porque ahí donde estaba el West-Coast desgastado, del cuál supe estar orgulloso ufanado del mucho andar, ahora hay un acueducto que va de la canaleta hasta mis medias.
No es de extrañar que ante ese panorama la versión amanecida de mi, ya de por sí, desganado ser me convenza con poco y nada de no abandonar la calidez acurrucada que haciendo nada más que dormir generé… pocas cosas son tan gratuitas en esta vida.
Estamos entrando, ahora, en una dimensión donde las fronteras de la ficción y la realidad importan tanto como el hambre y la pobreza a quién no las sufre.

De las voces en mi cabeza:

Estaban calladas hasta hace un par de horas atrás, aunque ya hace una semana se las oía murmurar.
Me es difícil hablar de las voces en mi cabeza sin hablar de mí, puesto que ellas son las ególatras. Ellas son las que hice callar caminando la escalera que va para abajo. Yendo para abajo ellas me sienten convertir en un hombre mejor. Eso las calma. Ese hombre sincero, esa única persona capaz de reflejar su pensamiento con su cuerpo…
Es que las voces en mi cabeza están ahí para que sea ese hombre mejor. Así que me odian cuando no lo soy.
Me odian tanto que me dan por causa perdida. Sin el beneficio de la duda, me cubren de mentiras tomando posesión, cuando pueden, de mi voz. Se inventan una razón para enorgullecerse de mí.
No las culpo. Es difícil ser ególatra y sincero siendo yo.

De la paciencia de las voces en mi cabeza:

Su vaso de paciencia ha de ser un dedal o las gotas de mis actos son copos congelados que llegan a su vaso rodando su descenso desde la sima de un cerro nevado.

¿De qué estoy hablando?
De la razón que alzó la voz de la locura. De las voces en mi cabeza.

La anécdota:

Un amigo me comentó, estando fumado, que quería dejar de embriagarse tanto y empezar a llevar una vida sana y armoniosa. Ahora bien, los eventos de esa noche me llevaron a ser un cínico, perspicaz, sabelotodo y pretencioso que a las buenas nuevas intenciones de mi amigo respondió con un arrogante “¿Y te va a hacer más feliz?”
Cerca de la charla que manteníamos una mina escuchaba nuestro diálogo y se enganchó mejor que cualquier Sánchez a la voz de “Yo estoy con el Lauri [Yo]… porque al final de la vida lo único que te llevás son los buenos momentos”. Talvez no estuve muy de acuerdo con la adhesión que hizo a mis palabras… pero se la dejé pasar. El tiempo voló y la charla de a poco se fue yendo por las ramas que llevan a la mierda… pronto nos olvidamos de aquel comentario cínico. O, al menos, olvidado lo había yo.
La hora de tomarse el palo llegó y cada uno pa’su casa. Con los ojos lastimados, uno a uno iban contando qué les deparaba el día siguiente. “Mañana me tengo que levantar a las siete de la mañana” –disparé. Uuuuuuuuuh Se sitió en los presentes la empatía ante el dolor. “¡¿Porqué vas a hacer esooooo?!” “¡Blasfemia!” –se oía por doquier. “Tengo que tirar unos curriculums” –la empatía creció. Del silencio emergió la voz de aquella mina empuñando el veneno de mi voz al ritmo de un muy familiar sonido “¿Y te va a hacer más feliz?”



Touché, ma chérie…


Mi respuesta no fue digna de un texto

Este es, entonces, mi viaje en el tiempo
La única manera que tengo
de erradicar el fatídico momento
en que las voces de mi cabeza
tomaron posesión de mi cuerpo.

Siete de la matina… y recién termino de redactar su revancha. Ahora sí… a dormir.

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