domingo, 31 de agosto de 2008

2008 ODISEA DEL CARAJO

Cuando empecé a verlo, ya todo había empezado, pero en ese punto eran cinco nomás, después se les sumó esa multitud… pero cuando yo los enganché eran cinco nomás. Si los mirabas a los ojos podías verlos con esos seños fruncidos… corriendo concentradísimos por el centro de la ciudad en horario pico… la gente se corría y tiraba las bolsas a la mierda, y las bolsas rebotaban en esos cinco que ni siquiera pestañaban cuando las bolsas les pegaban. Los lideraba un pelado con el seño más fruncido que todos los demás, no tenían pinta de que se conocieran, parecía más bien como que los otros vieron en la reacción iracunda del pelado, una suerte de perogrullo que nadie se animaba a ver, y se colaron en su cruzada. Para mí que el pelado trabajaba en una oficina y de repente, ese día, cayó en la cuenta de que se le pasaba la vida de a fines de semana solo para poder comprar cosas que los mismos que las vendían lo convencían de que las necesitaba… y cuando se sacó, viste? Pudo darse cuenta al instante de que esas ocho horas diarias que durante los últimos diez años había pasado en el laburo con el Ab-trónic estimulandolé los músculos por debajo de la ropa, y el mismo exceso de testosterona que lo había dejado pelado en un principio, habían hecho una combinación explosiva que lo convirtió en una especie de Increíble Hulk tercermundista.
Si mirabas para atrás, al camino por donde se supone que habían llegado, no tenías que suponer más, porque al toque te percatabas del sendero de destrucción que acarreaban… pero no andaban haciendo bochinche, rompiendo por romper –no, se podía encontrar un orden en el caos…
¿El pelado? No, el pelado iba bien vestido, porque venía de la oficina… camisita blanca y una corbata roja que no llegó a sacarse del todo cuando empezó a expresar su grito de libertad, porque en seguida decidió extender su grito más allá de su apariencia –esa gente que se hace la rebelde por tener el pelo largo y la ropa sucia, es una verga –este pelado era rebelde en serio, porque el loco no era muy feliz siendo parte del sistema, pero hacía la suya, hasta que un día se miró en el espejo y vio que aún perteneciendo a la sociedad de consumo que te vende rebeldía, él mucha pinta de rockerito no tenía, pero lo hubieras visto rompiendo todo –bah, no todo.
Esta parte me la contaron, yo no la vi, pero resulta que cuando llegaron al Wall-Mart se metieron así corriendo, fueron a la parte de comestibles y abrieron todos los paquetes de galletitas y se embolsiyaron las que pudieron así sin elegir, después atacaron las frituras y masticaban con la boca abierta, llenando de miguitas el piso. Pateaban las góndolas y vaciaban los extinguidores, después se pusieron en pelotas y se probaron todos los calzoncillos, antes de irse pasaron por el jardincito botánico que tienen ahí, viste? Y quebraron las hojas de todos lo helechos… muy dañino, muy dañino… y después sigueron corriendo… yo eso no lo vi, yo los enganché cuando iban por el centro. Y en el centro se re zarparon: cascotearon cuanto banco y casa de crédito vieron, y meaban los cajeros automáticos. Agarraron a un huevón que en una esquina se jactaba a los gritos poseedor de dólares, cantando “cambio, cambio” y lo barrieron de una patada en las rodillas, y lo patearon en el piso mientras le imperaban a coro un “cambiame esto, dale, dale, cambiameló” siguieron su trayecto y encontraron a un lamentable grupo de breakdancers a los que se les asomaba un, realmente obsceno, fragmento de calzoncillo Calvin Klein, que no dudaron en utilizarlo para impartir calzones chinos que los médicos debieron remover con interminables horas de cirugía colónica.
Después se vieron pasando por la puerta de un McDonalds, donde un payaso puto con pinta de convicto hacía globitos con formas de animales que uno debía descifrar y buscaba atraer a los niños al mercado del consumo con su inocente libertad de desear lo primero que ven… le patearon las pelotas y antes de que llegue al piso, le dieron un rodillazo en la nariz… la sangre brotaba a borbotones y chocaba contra la nariz de utilería de Ronald Mcdonalds, y se convirtió en una fuente roja bajo la cual los niños danzaban y reían. Y ahí, con el yacido Ronald brindando la última sonrisa que iba a brindar jamás, el gerente de trabajo ponía en la puerta del fast-food un cartelito con la foto de un payaso señalando al que pase, con un texto en globito que decía “McDonalds wants you!” Y yo que en el horizonte perdía de vista a los cinco que se creyeron guardianes de la sociedad…
En el Wall-Mart, el encargado de seguridad se quedó hasta las cinco de la mañana limpiando el desastre del cual el gerente lo culpó por no haber detenido a los maleantes… cobra $600.
En los cajeros automáticos, los jubilados ni en pedo se meten a intentar sacar plata por el olor a meo condensado… creo que cobran menos.
La mujer del arbolito brutalizado, tuvo que salir ella a cantar el jactancioso “cambio, cambio” con sus siete meses de embarazo a cuestas… no me dijo cuánto cobra pero igual no debería laburar.
Y del hombre personificando a Ronald McDonalds, solo sé que hizo reír a muchos pibes, menos al suyo, que pasó el cumpleaños velando por su viejo en el hospital…
sentimentalismo barato dirás, o talvez no… pero tendrías razón… pero esa sociedad que el pelado tanto quiso destruir, esa cultura de la superficialidad, esa cultura del pasarse la vida preparándose para ser viejo, jubilado y feliz, es un invento de todos nosotros que no se va a curar rompiendo culos… ¡Ahhh! Pelado… peladito… cuánta razón tuviste para estar tan confundido… sos un simio enardecido…
Sos un pelado en este 2008 y su odisea del carajo…

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